PAPA LEÓN XIV Y SU FASCINANTE HISTORIA

Robert Prevost Martínez no nació en el Perú, no conocía el idioma ni sus calles ni costumbres ni historia; pero cuando llegó algo en su interior le dijo qué esta tierra cambiaría su vida…

Robert vino desde Chicago como misionero en el año 1985 cuando tenía 30 años, era joven, sencillo y con el corazón lleno de fe…

No traía lujos ni pretensiones, solo muchas ganas de servir y el deseo hondo de comenzar a escribir su verdadera historia…

Llega al norte de Perú y desde su llegada lo esperaron barrios humildes, rostros cansados, iglesias sencillas y una fe en la gente que resistía la pobreza y el olvido…

Aprendió el idioma español como lo hablamos aquí en Perú y con amor caminó por calles polvorientas, celebró misas bajo techos de calamina y compartió el pan con quienes no siempre tenían comida pero sí una sonrisa…

Nunca fue un misionero distante ni un sacerdote extranjero, fue, simplemente, el padre Robert. Las personas nunca lo vieron como forastero, lo abrazaron como a un hijo y él respondió con entrega total…

Su alma siempre fue la de un servidor humilde y cercano, firme en su fe, pero siempre dispuesto a escuchar antes de hablar…

Cuando le preguntaban de dónde es, respondía sin dudar, soy peruano, porque uno no es de donde nace, sino de donde entrega el alma…

Años después el Papa Francisco lo manda llamar desde Roma, para tenerlo cerca y Robert, fiel a su vocación de servicio, dijo una vez más, sí…

Hoy camina por los pasillos del Vaticano, pero su corazón sigue siendo peruano recordando las misas al aire libre, a los niños que le decían “padre”, a las cocinas donde compartió sopa y esperanza…

Su historia es un testimonio silencioso de que no se necesita haber nacido en una tierra para pertenecerle. Él no conquistó un país, se dejó conquistar por su gente; no vino a imponer, vino a escuchar y eso fue lo que lo convirtió en uno de nosotros…

La verdadera grandeza no está en los cargos que uno alcanza, sino en el amor que deja al pasar y Robert dejó algo más profundo que palabras, dejó huellas…

Hoy, el Perú lo reconoce como suyo, porque quien ama de verdad una tierra, termina sembrándose en ella por siempre…