Todo esto marcó el resultado de una vida donde proyecté todas estas creencias que se grabaron en mi alma.
Venía de un colegio católico donde todo era pecado y condenación, tenía una madre que practicaba esta misma forma de pensar, para ella su sufrimiento y su dolor eran su ofrenda a Dios y su pasaporte al cielo, había que vivir cargando una cruz.
Ella iba a misa todos los días e igualmente rezaba el rosario a diario, en las tardes iba al Santísimo, tenía un grupo de oración y un grupo de Biblia, además de dar parte de su tiempo apoyando a su Iglesia. Para todos los que la conocían ella era una santa.
Tenia un Padre con 5 hijas mujeres, súper machista. Yo era la engreída de mi padre, pero tampoco el nunca me vio, el vio en mi al único hijo hombre con m madre que perdió a los 45 días de nacido. Me enseñó a tirar puñetes y se sentía tan orgulloso cuando hacia que lo golpeara en su brazo delante de la familia y amigos. Más fuerte decía, mas fuerte, una y otra vez. También lo acompañaba a las 5:30 am. a ver a sus gallos de pelea a los cuales yo les tenía muchísimo miedo, no disfrutaba ese momento, estaba aterrada, pero el nunca lo supo y para mi era el único momento en que podía estar a su lado y sentir que tenía a alguien.
Con los años me enamoré, tenía 18 años y estuvimos juntos por 5 años. Fue mi primer enamorado. Con los años tuvimos momentos de intimidad, había una parte muy sana en estos encuentros, era una entrega total de ambos, podíamos sentir nuestro amor profundamente, parecía como si juntos nos completáramos. Realmente lo amaba y sabia que el me amaba a mi. Nos dábamos lo que nunca nadie nos dio, nos sentíamos colmados, ¡éramos felices!
Pero, por otro lado, ser su enamorada significó no sólo estar con él en todos mis tiempos, sino que además pasé a ser algo de su propiedad, ya nunca más volví a tomar una sola decisión por mi cuenta, todo debía consultárselo, nunca más salir sola y menos saludar a amigos míos que el no conocía.
Desde ese momento estábamos juntos casi todo el día, lo acompañaba a todo lo que tenía que hacer, a toda hora y momento, a sus reuniones de trabajo, citas de bancos, citas en otras fábricas, a hacer compras, pagos, etc. etc.
Siempre me decía entro y salgo y yo me quedaba esperándolo en el carro por una hora o más, no importaban el calor, el frío o el lugar, lo que sí importaba era que nunca debía de quejarme, debía comprender que él estaba trabajando. Así fue y yo lo aceptaba, era un acuerdo silencioso establecida en nuestra relación.