Esta es una de las preguntas más profundas que podemos hacernos…
La desdicha es una señal, una brújula, que no está ahí para castigarnos, sino para avisarnos de que algo está desconectado de nosotros mismos, de nuestra verdad, de nuestra verdadera esencia…
El sufrimiento, es una señal de que nos hemos alejado del amor, de la autenticidad o del momento presente…
Desde pequeños, aprendemos a adaptarnos para sobrevivir, agradar, callar, temer, competir; en ese proceso, muchas veces dejamos de ser nosotros mismos, por nuestros condicionamientos y heridas…
La desdicha aparece cuando nuestras decisiones se basan en el miedo o en la necesidad; en lugar de basarse en el amor y la libertad…
Cargamos con viejas heridas que no nos dejan ver que ya somos suficientes, viviendo en un mundo que nos bombardea con la idea de que la dicha está afuera de nosotros: en tener, lograr, alcanzar…
Y es eso lo que perpetúa la sensación de que nos falta algo; pero el Ser, el que anhela dicha, no busca tener más, sino recordar quién es…
Ese recordar muchas veces ocurre después de pasar por la desdicha y descubrir, que la ilusión en lo externo, no nos llena…
La dicha auténtica no es la ausencia de dolor, sino la presencia del amor incluso en medio del dolor…
Es una elección consciente que nace de estar en contacto con nuestro centro, con nuestra alma…
Entonces, ¿Por qué somos desdichados si anhelamos dicha? Porque ese anhelo es la llama que nos guía de vuelta a casa…
La desdicha no es una falla, sino una maestra que nos invita a mirar dentro, a sanar, a soltar lo que no somos, para al fin, poder reconocer la verdad que está dentro de nosotros…