En mi vida de niña me aislé de todo y me refugié en la soledad para estar más segura, nunca más volví a llorar ni a expresar mis sentimientos, ni mucho menos a portarme mal, tenía que representar ser la niña feliz, representarlo hasta creérmelo, porque era lo único que me permitiría estar a salvo.
Experimenté una baja auto-estima, porque concluí que sólo se desecha, se saca de nuestra vida lo que no tiene valor, lo inservible.
Internamente creció en mí un fuerte sentimiento de culpa al ver sufrir a mi madre, pues siempre pensé que sufría porque yo había nacido.
A partir de entonces, sentí que si alguien sufría era mi culpa y que yo era alguien muy malo. Deseaba tanto ser buena, pero cómo serlo después de haberle causado tanto daño a mi madre con mi nacimiento.
Comencé a dudar de mi misma, muy dentro mío sabia que era buena, que mis sentimientos eran buenos, pero eso no terminaba de creérmelo, me culpaba tanto. Había que reparar el daño que hice ¿Cómo? con auto castigo y así me castigue sufriendo en silencio y quedándome en soledad.
De adulta tuve que salir de mi hogar para formar otro hogar, este nuevo hogar representaría nuevamente lo único conocido. En mi mente imaginaba que tener opinión, ejercer mi voluntad o libertad, podría ser causante de los mismos peligros, motivo mas que suficiente para anularme y vivir la vida para satisfacer a mi pareja.
Si había que llorar, era a escondidas y debía asegurarme que nadie lo notara. Si había que reclamar, era algo imposible para mi. Vivir mi vida, era impensable.
Sentía que me habían hecho un favor al estar conmigo, favor que tenia que pagar con mi sumisión, por lo tanto, me anulé dejando de vivir mi vida para vivir la vida de mi esposo. Estaba registrado dentro mío como si fuera un programa que me hubieran instalado, que debía someterme a la voluntad de los demás para sobrevivir. Conclusión a la que mi niña llegó. Por tanto, mi vida de adulta fue una copia imaginaria de una vida igualmente “peligrosa” que me había acompañado hasta ese momento, donde imaginaba que el peligro estaba igualmente latente si desobedecía. Por lo que pasé a vivir permitiendo y tolerando, no reclamando por nada, siendo sumisa y donde el llanto no tenía cabida.
Quedó esta experiencia tan registrada en mi mente subconsciente que concluí, que vivir así era igual a ser feliz.